Dárian sabía que no debía intervenir. Risla tenía que darse cuenta de toda la bondad de su alma, o perderla para siempre.
Risla-pez volvió a su forma lupina e irrumpió en el castillo por una de las ventanas, seguida de cerca por Dárian.
Yana, la propietaria de semejante caserón, se hallaba en el centro del patio interior, imponente y peligrosa. Una sonrisa efímera bañaba su gélido rostro, mientras el pelo rubio flotaba en aquél viento de ultratumba.
-“¡Bruja del demonio!”- Rugió Risla. -“Tu muerte se acerca en la forma de un Selenita.”-
-“Espero que en tu próxima vida ensayes mejor tus gritos de rabia, pobre cordera.”-Sonrió Yana. Seguir leyendo